La grandeza del Budo reside en que, a través de un ejercicio en teoría agresivo y violento (diseñado para dañar a los demás, como son las artes marciales), se puede llegar a trascender hacia una vía de paz interior.
Tras la caída del feudalismo en Japón, el fin de las artes marciales cambió. Los samurai fueron reemplazados por un ejército moderno, y muchos de ellos se convirtieron
en comerciantes, empresarios o terratenientes. Sin embargo, otros muchos decidieron continuar con el estudio de las artes marciales, pero ya no desde un punto de vista beligerante, sino como camino interior.
El ritmo de vida que la sociedad impera obliga a vivir desde fuera de uno mismo, siempre pendiente de ganar más dinero, obtener mayores bienes o disfrutar de mayor prestigio y reconocimiento. Sin embargo, todo ello deja un vacío interior, que se hace patente cuando nos encontramos solos, o mejor dicho, únicamente con nuestra propia compañía.
El Budo ayuda a paliar ese vacío, observando qué ocurre dentro de nosotros, quiénes somos realmente, más allá de la vida que llevo o de lo que los demás opinan que soy.
Como me comentó una vez uno de mis maestros:"En ocasiones creo que yo soy mi cuerpo. No obstante, si me corto una mano, yo sigo existiendo; si me corto una pierna también. Entonces, ¿qué pasa si sigo cortando partes de mi cuerpo?¿cuándo dejo de ser Yo?"Por mucho que el ambiente social cambie mi conducta o mi carácter, e incluso mi físico, existe algo que permanece inalterable, y que une a mi cuerpo con mi mente y mi espíritu. Es ese algo, ese ser, lo que intento despertar de su letargo mediante el Budo.
Cuando comienzo a sentir mi verdadero Yo, comienzo a disminuir esa aceleración, ese estrés que me provoca el estilo de vida moderno. Ya no noto la vida pasar a toda prisa, sino que la disfruto plenamente, llegando así a encontrar la verdadera felicidad, la que nace de mí y es independiente de lo que tengo o lo que soy fuera.
Ese es el espíritu del Budo.
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